domingo, 6 de febrero de 2011

ANTAGONISTAS Y PÉRDIDAS, RELATO DE LASSIE


PREMISAS:
  • Pareja antagonista: Peluquero y calvo.
  • Pérdida: Pareja.
  • Sentimiento: Rabia.
  • Estación: Invierno.

El muy cabrón... No podía aguantar más, tenía que ir y decírselo, ir y matarlo, retorcerle el pescuezo, morderle los huevos, quemarle la peluquería, quemarle la casa, quemarle el coche, estrujarle la cuenta corriente.
Me la quitó él. A mi Maripuri. Con la vida tan tranquila y lo a gustillo que vivíamos los dos juntos, ese maldito peluquero de mierda, con ese tupé ridículo, quien se creería ser. Con ese negocio inmundo de cortar el pelo y de venta y alquiler de bisoñés.
Si no viene a abrir la peluquería ese gusano andrajoso con tupé, se la voy a tener que quemar aunque sea para entrar en calor. Esa rana aplastada por el talgo...Y con tupé. ¿Dónde estará? Estará seduciendo a otras seguramente.
Pues no. Venía allí la pobre Maripuri con ese cernícalo andrajoso y con tupé.
Era horrible. Qué pinta tenía la pobre, parecía Pipi Langstrum después de un Tsunami.
Me lancé como un Lobo estepario a su presa y me presenté ante aquel lagarto reseco humeante de laca.
Que te sentirás contento de haber roto una familia bien avenida, a través de engaños, argucias y extrañas estrategias de seducción.
¿Extrañas estrategias de seducción? ―se sorprendió el peluquero.
Maripuri se alejó diciendo:
Detesto la sangre y la violencia.
Si, Segismundo, es lo que te digo, nada de mesie sejí segismundo, como te llamábamos en la escuela, en el pueblo. Sí, tú has engañado a mi mujer y has roto una familia decente... ¿No sabes guardar el esperado tiempo de luto de tu mujer, Sandra, o qué?
¿Qué me vienes tú a pedir explicaciones? ¿Qué sabes tú de mis días de luto? ¿Qué sabes incluso de tu propia mujer Maripuri? ―me dijo el indecente mastuerzo.
A lo que le contesté:
Sí, siempre con palabrería, palabras bonitas y engañosas. ¿Qué te crees, que me estás vendiendo un crecepelo?
No, pero si tú hubieras venido en vez de tu mujer a por el bisoñé, quizás todo esto no hubiera sucedido. Calzonazos.
Comencé a rugir, pero me detuve. Al instante me dolía el hígado, como si hubiera tragado un trozo de carbón encendido, aunque estábamos a cinco grados bajo cero.
Entonces salieron palabras concentradas, calientes y tan retorcidas como el sarmiento sobre las brasas, palabras que ni siquiera quiero recordar.
Le reté a un duelo. Él no quería hacerlo, le parecía una locura, pero cuando le dije que no tenía ni honor ni coraje y que nunca había amado realmente a nadie, ni siquiera a su anterior esposa... Aquello cargó las armas y encendió las mechas. Elegimos las armas y los padrinos, pusimos nuestras vidas en orden por lo que pudiera pasar, y al día siguiente quedamos a las seis de la mañana en el prado adyacente al cementerio.
Allí estábamos todos. El indecente peluquero, los testigos, los padrinos, incluso alguna bloguera para dar noticia en la web. También estaba Mari Puri bañada en lagrimas. Me suplicó que detuviese aquella locura; lo mismo hizo con aquella sanguijuela brillante de laca. Pero la respuesta fue un rotundo no.
El juez del evento dio la orden y nos dirigimos al lugar concreto donde debía celebrarse el duelo. Mi cuerpo era una ascua largo tiempo encendida y con el alma chamuscada, tan encendida, que la helada escarcha de la aurora se derretía a mis pasos antes de que pusiera el pie en el suelo.
Todo estaba preparado según las normas. Estábamos la sanguijuela inmunda y yo frente a frente. Eché de menos algún sombrero, incluso algún bisoñé, pero no eran momentos para evasiones. Maripuri lloraba, incluso alguno de los testigos estaba a punto de hacerlo. Nos miramos fijamente. Él permanecía aparentemente frío, pero su mirada era intensa y su mandíbula se dirigía a mí, acusadora. Yo no lo miraba, lo incendiaba, solo sentía llamas y crujir en mi interior, mis huesos eran antorchas.
Nos pusimos espalda contra espalda a la voz del Juez y cargamos nuestras armas. Empezamos a disparar y nada, no sé si fue la helada matinal 0 unas armas defectuosas, pero el fuego no se produjo, no se produjo al menos dentro de las armas. Yo era un incendio con gafas, con gafas y calvo, pero un incendio. Le lancé la pistola a aquel gusano inmundo y aquel disparo me mató.
Luego el resto ya lo sabes El papeleo con San Pedro, a ver si era culpable o no.
Por supuesto que no soy culpable ―le dije.
Por eso ahora tengo que trabajar por toda la eternidad haciendo peluquines hasta que me sienta culpable y revoquen mi caso.
¿Y tú por qué estas aquí? ―pregunté por preguntar a uno que pasaba cerca.
Por un escape de gas, dicen que maté a mucha gente.
¿Y eres culpable?
No, qué va; la Historia algún día lo demostrará.
¿Cuál es tu pena?
Psicoanalizar judíos por toda la eternidad.
Vaya cruz ―le dije compasivamente.
Adolf, pues ese era su nombre, levantó una mano de manera compulsiva y se fue sin decir nada. Yo me quedé hasta que vinieron a recogerme para llevarme a la factoría de bisoñés.
Con estas palabras cierro este post, ardiendo, pero con llama debil y solitaria.

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