jueves, 9 de junio de 2011

OBJETOS (Uno de ellos será esencial en el relato)

-Un balón de fútbol en un recodo de un río en la Euskadi de los años 60.
-Un velo de novia enganchado en las ramas del árbol de Gernika.
-Una fotografía enmarcada de un hijo muerto.
-Una lata de aceitunas con tres aceitunas.
-Un collar de perro con la inscripción Toby.
-Una bicicleta sin sillín.
-Una toalla del Barça firmada por los jugadores del Real Madrid.
-Un recorte de periódico con la noticia de un incendio.
-Una mariposa clavada con un alfiler.
-Un camión cisterna.
-La revista Interviu en que se desnudaba Lola Flores.
-Un lienzo en blanco.

Relato de Héctor

Los Premios
El camión cisterna se detuvo. José Manuel tenía la camiseta empapada en sudor y, aunque maldecía estos días de agosto, en la cabina lo aceptaba con resignación ya que era la única manera de mantener su hogar y de seguir pintando. Se metió a la boca las dos últimas aceitunas que quedaban en el bote y las trago casi sin masticarlas debido a la ansiedad que le embargaba; se secó el sudor con una pequeña toalla, se puso una impecable camisa a rayas y caminó apresurado. Al llegar a la Galería se encontró con varios rostros conocidos del muchas veces cruel mundillo de la plástica, que le saludaban con desgana (era un don nadie). Al mirar a la pared de enfrente se quedó perplejo al encontrar colgado un gran lienzo en blanco con tres cortes transversales. ¡Ah, Lucio Fontana, ummmhh!, se dijo, este chaval anda consumiendo demasiado sicotropico. A él le apasionaba la nueva figuración (Francis Bacon, José Luís Cuevas, Goya, los expresionistas alemanes) ese era su universo.

La sala estaba ya repleta de personas que saludaban y alegremente charlaban en tonos cada vez más altos. En la siguiente se encontró con el tríptico que hizo en honor a su hijo muerto, era lo mejor que había hecho hasta el momento, tal vez producto del exorcismo por el intenso dolor, por la terrible pérdida. Un grueso lagrimón rodó por su rolliza mejilla.

El acto de premiación había empezado; luego de un breve discurso del maestro de ceremonias, el tercer premio recayó en un collage cubista de Andrés Bretón en el que se podía apreciar a Lola Flores desnuda. Era un juego satírico contra aquella España postfranquista, rancia y folklórica. El segundo premio se lo llevó Lucio Fontana, vaya piara de cretinos que integran el jurado, sonrió divertido, pero bueno, que malagradecido soy, es una suerte que el jurado exponga mi obra. Por primera vez se codeaba con la elite intelectual y artística de su país.

… Y el primer premiooo para “Tríptico en violetas” de José Erazo… anunciaron los altavoces. No puede ser … estoy alucinando. Pero sí, era real, el gran jurado le otorgaba el primer premio. José Manuel avanzó como un autómata hacia el podio, las personas ahí reunidas le felicitaban efusivamente, como si fuesen grandes amigos de toda la vida. Le extendieron un pergamino, una pequeña escultura y un cheque por 50.000 euros; la emoción le impedía reaccionar; con lágrimas en los ojos intentó agradecer al jurado y a todas las personas ahí reunidas, mas un aguijonazo taladró sus intestinos, le obligo primero a arrodillarse y luego a caer sin sentido.

Despertó en la blanca sala de un hospital; los médicos le dijeron que sobreviviría, fué el décimo tercer caso comprobado de infección con una mutante y devastadora bacteria germana que al parecer se extendía por medio de unas aceitunas embasadas en Hamburgo. José Manuel, a pesar de tener los labios partidos por la deshidratación y sentirse como una mariposa clavada con un alfiler, sonrió y se dijo para sí mismo: Estos han sido los días más afortunados de mi vida; he sacado dos loterías seguidas, pues un 85 % de los infectados no vivirían para contarlo.

Relato de Sergio

Fue la comidilla de España . Antonio tenía entonces 16 años. Su madre, la faraona, “La Lola” , en un alarde de garbo y furia española había enseñado las tetas a toda España en la portada de Inteviú. Pedazo de tetas; vaya tetas tan bonitas, tan morena, tan gitanas… comentaban los tertulianos de la época. Las ventas de Inteviú se dispararon ese mes porque las domingas de la faraona eran objeto de deseo de todos los jubilados de provincias y hasta de algún político como más tarde su supo. Tener a la Lola de madre no debió ser fácil para Antonio; una hembra con tanto poderío, tan calé, tan deslenguada; tan tetona.

En el barrio , Antonio se resguardaba detrás de los camiones cisterna abandonados. Allí se hacía fuerte y pasaba las horas componiendo canciones. Canciones paganas, nada gitanas, nada del agrado de su madre. Allí se hizo también sus primeros porros. Era la época premovida. Más tarde vendrían Tierno Galván , La vía láctea ,la sala sol, Fuencarral, Pepi Luci boom, Mcnamara, Ramoncín, Alaska y él mismo. Pero antes del pistoletazo de salida, Antonio apuraba sus porros, no más de tres al día y sus aceitunas, (no más de tres tampoco) como lo que era, un gitano esperando escapar de las enormes faldas de su madre.

Por entonces Antonio se consideraba punk; debía ser el primer gitano punk de España. Gastaba un collar de perro con una inscripción que rezaba Toby, y una bicicleta sin sillín que había levantado a un niño bien de su instituto. Pasaba los veranos fumando porros en la piscina de Vallecas . Las chicas adolescentes del barrio se agrupaban en la piscina y miraban durante horas su larga melena. Un torrente de pelo negro como sus ojos y las uñas de sus dedos. Por si cabía alguna duda de que era un Flores, cada vez le resultaba más difícil disimular su incipiente napia, una nariz con denominación de origen, una tocha sobre la que empezaban a pesar ya su apellido y las primeras rayas de coca. Sobre su toalla del Barca, toalla que un día su madre había hecho firmar en el “qué apostamos” a todos los jugadores del Madrid frente a toda España, en un simbólico gesto de reconciliación entre los clubes, se agolpaban los niños en bañador de la mano de sus madres; Antonio, Hola Antonio, eres el hijo de Lola Flores! Vaya tetas tiene tu madre, …perdona al chiquillo Antonio… recuerdos a tu madre, como esta Rosario Antonio…

Pasó otra década, los ochenta florecieron y el talento musical de Antonio también. Era el tiempo de las giras, primero Vallecas, luego Alcorcón , Tres Cantos, Toledo, Euskadi, Barcelona. Con el éxito de sus primeros discos, de sus versiones, del pongamos que hablo de Madrid, llegaron también las fans, el sexo en los camerinos y finalmente el amor. En unos de sus conciertos, en Gernika, Antonio tuvo que hacer un esfuerzo para poder seguir cantando mientras radiografiaba a la chica de negro que tenía justo en la primera fila. Unas horas más tarde, en casa de ella, los dos se prometían amor eterno bajo la atenta mirada de Kortatu. El la esperó durante meses, y siempre que sus compromisos musicales se lo permitían la llamaba al teléfono de una amiga suya; Sabes algo de la Ainhoa, soy El Antonio,que sigo en Madrid, esperándola, con el altar preparao, y que digo yo ,no se le habrá enganchado el velo de novia en las ramas del árbol ese de Gernika? Bueno, dile que la he llamao, vale?

Antonio, vivió los 80 a cien. Y Se plantó en los 90 con el corazón roto, las venas picadas y algo de dinero en los bolsillos.

Una noche el teléfono sonó y su hermana, la pequeña, Rosarito, le dijo que mamá había muerto. Antonio estaba en Pamplona preparando su próximo concierto y mezcló en una cuchara toda su niñez tan blanca, y todo su orgullo Flores, tan marrón y tan podrido. Ese fue su último concierto; como un anfibio cantó, con un pie aquí y otro allí.

Esa semana Antonio no fue capaz de componer ni una sola canción, se sentó durante horas frente a un lienzo en blanco y visualizó un recorte de periódico con la noticia de un incendio y su propia muerte en una habitación de hotel. Ni siquiera en eso estuvo inspirado, ya que el destino le guardaba una muerte menos rápida y más canalla a base de barbitúricos, caballo y alcohol. Lo encontraron como una mariposa clavada con un alfiler a su cama, desnudo con la melena extendida y el pico aún sangrante en el brazo.

El Pescaílla mantuvo en la cabecera de su cama hasta su muerte la foto enmarcada de su hijo muerto. Una foto única en la que Antonio sonríe sin tapujos. A 1200 km de allí en Gernika,en la habitación de Ainhoa, ya casada y con hijos, hay un recopilatorio de Antonio con sus mejores éxitos, con una portada que ella misma recortó de una revista vieja; un balón de fútbol en el recodo de un río en la Euskadi de los años 60. En la contraportada, una foto única también, de Antonio, sonriente.

Relato de María

El hijo puta del Dioni había vuelto a quitar el sillín a su bicicleta. Me importaba tres cojones, se la cogería de todos modos. Necesitaba un vehículo para la huída. No se puede entrar a robar sin algo con ruedas para salir echando hostias. El coche no lo podía coger: me habían retirado el carné durante tres meses por conducir borracho. Sí, ya sé que resulta extraño que un ladrón como yo respete una prohibición como esa de conducir sin carné. Pero soy así, no puedo cometer más de dos delitos a la vez.

La bici tenía un buen cesto, de modo que podría servirme para transportar lo que pillara. Ya había escogido el lugar, el último piso de un inmueble casi deshabitado, donde vivía una vieja. No la conocía de nada, pero el Xino, mi colega, me había asegurado que el cascajo tenía objetos de valor debajo de su colchón.

Nunca me ponía nervioso antes de un golpe, pero en cambio, siempre me entraba hambre. En la nevera sólo había una lata de aceitunas con tres aceitunas. El cabrón del Dioni se había zampado de una sentada el pato que un servidor había secuestrado dos días antes, de un estanque próximo. Tres aceitunas. Cuando llegara a casa de la vieja, lo primero que haría sería ventilarme su nevera.

Me gustaba vivir así, asumiendo riesgos. Nunca había trabajado y el único dinero obtenido honestamente había sido ganado en una apuesta. Además, fui una celebridad en el barrio por ello. Había apostado con la peña que llenaría una toalla del Barça con las firmas de todos los jugadores del Real Madrid. Tardé más de dos meses en lograrlo. A Casillas le hizo gracia la idea y me la firmó en un periquete, pero a Cristiano le tuve que engañar y contarle que era para una rifa y que lo obtenido sería donado a los niños afectados por migraña crónica. Lo primero que se me ocurrió.

El tubo de la bici podía ensartarme el culo, tenía que tomar medidas preventivas. No había un puto cojín en la covacha donde vivíamos el Dioni y yo desde que la Mari, una ex novia suya, se llevara los dos que había junto con los asientos de los sofás, para obligarle a mover el culo. Una mujer de carácter, la Mari. Después de aquello le di al Dioni un ultimátum, o la chorba o yo, elige. Eligió a la chorba pero ella encontró dos días después a un venezolano de dos metros y le dejó. El Dioni no se atrevió a reclamarle los asientos de espuma de los sofás ni los cojines. El Dioni es un cagao, un jeta pero muy cobarde.

La toalla del Barça podía servirme de sillín improvisado. La sujetaría con un velo de novia que una vez había desenganchado de las ramas del árbol de Gernika jugándome la vida. La novia que tenía por entonces, Mariloli, creyó que había trepado por el tronco de ese inmenso árbol para atrapar un velo de novia, porque quería decirle algo, algo romántico, se entiende. Pero yo simplemente quería el trapo, me importaba tres cojones que fuera un velo de novia, lo quería para limpiar la moto que tenía en aquel entonces. De hecho, aún lo conservaba lleno de grasa, yo nunca tiro nada. La toalla del Barça me la podrían quitar mientras estaba en el piso de la vieja, pero envuelta en el velo de novia quedaría disimulada, y además me serviría para fijarla al tubo de la bici.

Me puse ropa oscura y salí a la calle. Me gusta la ropa oscura cuando voy a atracar, me veo pinta de Alain Delon y me sube la moral. La actitud es muy importante en este oficio. Mientras duró el trayecto me concentré en el Dioni, en la samanta de hostias que le iba a dar en cuanto llegara por la noche a la casa, por comerse el pato y por joderme el sillín. Recolocándome la toalla en marcha, casi me atropella un camión cisterna. Deberían prohibir a esas cosas circular por la ciudad. Insulté al camionero y me sacó el dedo anular por la ventanilla. Dímelo a la cara si eres hombre, le grité en el semáforo, y me contestó con un corte de mangas. Le hubiera amenazado más contundentemente de no ser por los bíceps tatuados, que imponían, y por la foto que el tipo llevaba pegada en un cristal del camión, una de la Lola Flores desnuda que muchos años antes había salido en la revista Interviu. Me dio pena el tipo. Un hombre con semejantes iconos sexuales daba lástima y le perdoné la paliza que había pensado darle si él hubiera tenido los cojones de bajarse del camión.

Por fin llegué a la casa de la vieja. Me había asegurado el Xino que a esa hora nunca estaba dentro. Abrí con una ganzúa, un trabajo de niños. La casa olía a vieja. El papel pintado de la pared era más feo que el nuevo novio de la Mariloli. Abrí todas las puertas buscando el dormitorio. Una cama enorme de madera oscura ocupaba casi todo el cuarto. Un crucifijo de un metro de alto lo menos, con su crucificado encima, miraría a la vieja cada noche hacerse pajas, desde su sitio privilegiado encima del cabezal. También había una cómoda que supuse llena de bragas enormes y sujetadores de la talla cien. Encima de la cómoda había una fotografía.

Me quedé helado. El de la foto, un chaval de unos catorce años, era yo mismo. No había la menor duda, era yo, incluso recordaba la ropa que llevaba puesta como de mi propiedad, unos pantalones acampanados y apretados y una camisa entallada de cuello enorme. Me recorrió un escalofrío. ¿Por qué tenía aquella vieja una foto mía enmarcada encima de su cómoda?

Me olvidé del colchón, donde supuestamente se encontraba el botín que había ido a buscar, y abrí nerviosamente todos los cajones de la cómoda en busca de una repuesta al enigma que tanto me había impresionado. En una caja la vieja tenía más fotos, todas mías y todas infantiles. Además había, cuidadosamente plegado, un recorte de periódico con la noticia de un incendio en mi pueblo natal, a más de ochenta km de allí. En ella aparecía mi nombre, Camilo José Rosales. Yo, al parecer, había sido el único carbonizado en aquel incendio, con sólo quince años.

Estaba en casa de mi madre. De todas las casas de la tierra tenía que meterme a robar en la de mi propia madre, una casa distinta a la que yo había conocido, naturalmente, pues aquella había quedado arrasada tras el incendio. Yo debía ser el único que sabía quién era el chico muerto de la noticia, que no era yo naturalmente. Ni siquiera era un chico, sino un hombre hecho y derecho, un forastero, que me había dado una pasta para que le masturbara. Un hijo puta abusando de un chaval. Había sido él quien había prendido fuego a las cortinas, cuando yo me negué a hacerle una felación. Habíamos quedado con la mano, no con la boca. Me amenazó con quemar la casa y cumplió su amenaza. Pero yo le dejé encerrado y me marché de allí.

La vergüenza me impidió volver. No podía contar a mi madre lo sucedido, no me atreví. Me largué del pueblo con lo puesto e hice con mi vida lo que pude, más bien poco. Pero yo ignoraba que mi madre me hubiera dado por muerto.

Deambulé por la casa buscando recuerdos. De pronto, mi vida, mi origen, se presentaba ante mí de improviso y jamás antes había vivido tan intensamente nada. En un pequeño armario de otra habitación, encontré toda mi ropa, algo chamuscada pero primorosamente doblada y colgada. En una esquina, el balón de reglamento por el que estuve a punto de ahogarme cuando se me cayó al río siendo un niño de unos ocho años. Lo cogí, le di vueltas en las manos, y no sé por qué, me eché a llorar silenciosamente. Cuando vi el collar de mi perro Toby, gastado, y aún con su olor, me dejé caer de rodillas y sollocé a moco tendido. Mi madre había guardado lo poco que debió salvarse del incendio, el balón, porque se encontraba siempre en el patio, las mariposas disecadas, clavadas en alfileres, porque las guardaba de niño en una caja metálica. Todo estaba allí en el armario, donde imaginé a mi madre arrodillada colocando mis cosas con solemnidad. Y con amor.

Todo lo que mi madre me había querido, lo que me debía querer aún, pasó a mi interior a través de esos objetos. Por eso decidí marcharme. No quería estropear el bello recuerdo que conservaría. Yo había sido un buen chico, un buen hijo para una madre viuda prematuramente.

Puesto que era un ladrón y puesto que había ido a robar, descolgué uno de los cuadros de la pared, uno pequeño con unas frutas pintadas, y lo metí en la bolsa que llevaba para introducir el botín. Sabía que lo había pintado ella, como todos los de la casa. Su estilo de pintora aficionada que jamás entenderá lo que es la perspectiva, era inconfundible. En el tercer cuarto de la casa había un lienzo en blanco. Saqué mi navaja y me pinché el índice derecho. Con la sangre escribí en una esquina, esmerándome en la letra, mi mensaje para ella: Gracias.