lunes, 28 de febrero de 2011

Chico encuentra, pierde y recupera chica

PREMISAS:
Chico encuentra chica, a elegir entre:
Nacional-extranjero
Gran diferencia de edad
Carca-okupa
Emparejado-libre

Chico pierde chica, a elegir entre:
Incompatibilidad manifiesta
Envidia, celos, malos rollos
Se interpone algo externo
Embarazo imprevisto


Uno de los personajes, el chico o la chica, será el narrador de la historia, por tanto se escribirá en primera persona. Hay que ponerle una voz, una forma propia de narrar con algún estado de ánimo –irónico, nostálgico, autocompasivo, distante de los hechos que narra, o cualquier otro. Esta voz del narrador-personaje marcará el estilo del relato: comedia, drama, una mezcla…
En la narración se procurará no nombrar los sentimientos que suceden. En lugar de eso, los sentimientos y emociones se mostrarán con acciones o gestos que les suelen acompañar, y aún así solamente si ayudan a entender mejor la historia que se está contando.

RELATO DE NAIARA

-Gran diferencia de edad
-Envidia, celos, malos rollos


La madre del Jose me estaba volviendo loco. Me preocupaba que mi colega, el Jose, un chaval dos años menor que yo, al que mi menda había sacado del grupete de niñatos del barrio y recuperado para la sociedad, se lo tomara a mal, lo de mi lío con su madre, y dejara de prestarme la moto.
Como no sabía cómo contárselo, compuse una canción especialmente para que mi colega captara el mensaje en plan subliminal, pero, a pesar de que el temita llegó a ser número uno en las listas de los 40 principales, el Jose ni se enteró, siempre flipao que andaba y en las musarañas.
Se imponía, pues, una decisión extrema: o decirle la verdad al Jose, con las consecuencias que tuviera, o dejar de visitar para siempre el misterio insondable de su estupenda y ardiente progenitora. Cada día me decía a mí mismo que sería el último, mi colega se me iba a cabrear en serio, y no valía la pena perder a un buen amigo por una txurri, por muchos muslos que tuviera, firmes aún en la cuarta década, por más que me enlazara con esos pedazos de pierna, como una boa constrictor pelirroja y, aunque pareciera mentira, aunque en un análisis superficial pareciera morbo de madura por chiquito, enamorada de mí, locamente.
Cada día sería el último, sí, pero nunca tenía voluntad y regresaba al día siguiente, incluso más pronto de la hora, esperando que me abriera la puerta desnuda, con un vaso de limonada en la mano.
Precisamente el día en que de una vez por todas, sin postergarlo más, iba a emprender un nuevo periplo en mi vida, a iniciar la etapa post-madre-de-Jose, a despedirme para siempre del calor asfixiante de sus generosos senos, precisamente la tarde en que más firmemente me había propuesto alejarme de sus sábanas, Jose, siempre inoportuno, nos descubrió in fraganti en mitad de la faena. Lo peor es que ni siquiera nos dimos cuenta de su presencia, muda y en las sombras, y mientras le decía a su madre adiós de la mejor forma que sabía, sin palabras, con el suave vaivén de mi cuerpo, dispuesto a dejarle al menos un último recuerdo fluido en sus entrañas, Jose, mi colega, completamente a traición, me partió en la cabeza su remo de piragüismo.
Me desperté en el hospital. No tenía nada grave pero por si acaso me dejaron unos días en observación. En ese tiempo nadie vino a verme. Ni siquiera mi presunto asesino ni mucho menos su madre. Un servidor sabe captar las indirectas. La madre del Jose pasaba de mí. Yo pasaba del Jose y el Jose se había pasado con los dos.
Durante tres semanas me mantuve digno, como un hombre, y solo pasaba por delante de su puerta veinte veces al día, ni una más. Pero a los veintiún días empecé a despertarme por las noches, a probar de nuevo el amor con otra manola, una más de las cientos que perpetré durante aquel aciago mes, pero fue inútil. Mi hombría yacía inerte, completamente seca, exprimida hasta el último aliento. Y fue en ese mismo instante, cuando intentaba sin éxito ponérmela tiesa, que me di cuenta que llevaba tres semanas sin pensar en otra cosa que en la madre del Jose, sin hacer otra cosa que recordarla mientras me la meneaba, suspirando como un poseso sobre su foto arrugada.
Me armé de valor y fui a su encuentro, asegurándome de que mi colega no pudiera pillarnos. Bastaron dos miradas, una a su escote y otra a sus ojos, para notar que ella también había pensado en mí, o al menos en mi miembro.
Fue un polvo memorable que nos dejó exhaustos. Cigarrillo tras cigarrillo, contemplábamos el humo ascender hacia el techo mientras buscábamos una condenada solución. Y de pronto, sin más, vi la luz.
−Adoptaré al Jose –le dije de pronto-. Le daré mis apellidos.
−¿De verdad harías eso por mí? –contestó ella dulcemente. Un largo beso selló nuestro acuerdo.
Ahora me encuentro en su salón, esperando al Jose, que lleva tres días sin aparecer. Tendré que rebajarle la paga y requisarle la moto para que me haga caso. Soy su padre y me preocupo por él.
Su madre, flor de mis entretelas, murió hace seis meses. La espichó a lo grande, atropellada por un tráiler. Pero, se halle donde se halle, estará tranquila: yo me he hecho cargo de la educación de mi colega. Qué hostias. Para eso están los amigos.